Es Beckett; empecemos por ahí. A
veces pienso que es muy difícil hacer mal a Samuelito; sus mecanismos son tan
fuertes que sería raro que algo de eso no triunfe a pesar de todo; a pesar del
tiempo, los malos actores o las ideas berretas.
Hablamos de Beckett, de Final de Partida. De Beckett y de Final de Partida en el San Martín. De Beckett,
de Final
de Partida en el San Martín ¡Y por Alfredo Alcón! Hay algo excesivo en todo
eso, son como muchas instituciones, mucho en lo que pensar. Y las instituciones son una cosa que lo
atraviesan a uno y le hacen ruido en el cerebro.
Vas a ver a Alcón al San
Martín y ya sabés que sea bueno lo que se vea, o sea una bosta, al final la
gente va a aplaudir de pie. Ni hablar si sumamos a un autor canónico como
Beckett. Lo que opera ahí (como opera siempre en el público del Complejo
Teatral de Buenos Aires) es ese “deber ser” que alimenta y perpetúa lo que
Brook llama teatro muerto ¿Pero qué
le vamo` a hacer?
Hay que distinguir elementos.
Primero: Beckett (aunque le pongamos garra) no es un autor popular, y para
disfrutarlo a pleno hay que ser de su hinchada; hay que participar de sus
tiempos y de sus pausas, hay que estar dispuesto a comerse una buena ración de
aburrimiento para que después te sacuda, y que su sinsentido te llegue más
profundo que cualquier moraleja. Entonces, para analizar la puesta en escena de
una de sus obras, hay que intentar separar lo qué es propiamente suyo y lo qué
es de la puesta en cuestión.
Empecemos por lo menos jugoso: la
escenografía es re pedorra. La verdad parece hecha por un grupo de barrio, y es
fea. Seguramente Norberto Laino (el escenógrafo) podría refutar esta opinión
explicándome un concepto que probablemente se me escapa. Quizás sea una forma
de fricción con el teatro oficial (si es así, mis respetos), pero bueno, si no
están las reglas del juego a la vista, el creador juega sólo.
Hago un aparte: escenógrafos, iluminadores, vestuaristas y demás;
todos quieren ser artistas. Yo no tengo problema con eso ¡Bienvenidos los
artistas! Pero tengamos presente que una escenografía, por ejemplo, antes de
ser conceptual debe ser funcional. Que por más que te cierre el concepto de una
puesta de luces, si no se ve lo que se tiene que ver, mejor métetela por el
culo. Que un traje puede ser muy lindo, pero si no ayuda en la actuación… y
así. Bueno, hasta aquí el aparte.
Sigo: Alfredo Alcón no está en su mejor forma, o lo está
tremendamente, si tenemos en cuenta su edad; lo cierto es que siempre vale la
pena verlo en teatro. Como ya señalé en otra oportunidad, es nuestro gran
experto en salas grandes. Lo que critique de él, parte de la base de que
hablamos de uno de nuestros grandes maestros. Como lo era ese gran “decir”,
Walter Santa Ana, como lo es aun Pavlovsky (un multiplicador de actuación) y algún
otro que ahora no me viene a la mente. Son esos viejos de los que se puede
aprender mucho. Criticado por gente que sabe actuar en una piecita y que,
claro, por eso mismo entiende la actuación de otra manera. Alcón domina de forma
increíble eso que se denomina proyección; tanto con la voz como con su cuerpo. En
condiciones normales el cuerpo de Alcón es una precisa maquina de señalarnos lo
que hay que ver, y de hacer inevitable que se vea ESO y no otra cosa. Eso es
talento y es técnica.
Acá nos cautiva, sí. Pero no todo
el tiempo. Final de Partida es una obra larga y por más hincha de Beckett que
yo sea (que lo soy), me fue inevitable desear por momentos, que empiece a
terminar de una vez. Hay algo de eso que es de Beckett (que quizás lo entendió
y empezó a hacer cosas cada vez más breves), pero mucho es de la puesta.
En
principio, nuestro actor patrio está limitado. Claro, me dirán, el papel manda que
sea ciego y paralitico. Sí, pero si le sumamos que es un paralitico en una
silla inadecuada, la cosa empeora. Me explico: el sillón con ruedas del
personaje que interpreta, lo hace estar en una posición demasiado horizontal,
lo esconde demasiado y por tanto lo apaga. Sepan (ojo acá) quienes quieran
dedicarse al teatro, que existen detalles que resultan cruciales para el
resultado final. Éste es uno de esos. Alcón queda como hundido en ese sillón y
esto hace menos efectivos sus intentos. Si no me creen hagan la prueba de ponerlo
algo más vertical y vean.
Sigamos con su coprotagonista;
Joaquín Furriel. Pero antes voy a hacer una salvedad sobre la crítica.
Salvedad sobre la crítica
Hay una situación en donde el
crítico se vuelve un juez sumamente injusto1, y radica en que, en general,
la crítica se ejerce luego de la expectación de “una” función en particular. Se
ve una función y se escribe como si la obra fuera eso, como si el teatro no
tuviese como componente necesario y forzoso el permanente cambio, y como si una
obra no se asentara y alcanzara su potencial después de cierta cantidad de
funciones (de hecho podríamos hablar de un ciclo de vida). Aclaro que hay cosas
que se pueden prever, pero acordemos que la gran mayoría de los críticos no
tienen un ojo capacitado para eso (por no decir que ninguno). Lo ideal sería
asistir a una cantidad de funciones más o menos separadas en el tiempo y recién
ahí opinar. Sobre todo cuando se habla de la actuación. Un actor puede estar
inspirado el día en que tal periodista estuvo en la platea y luego, en las
funciones sucesivas, volver a ser el salame de siempre. O tener uno de esos
días en donde no se pega una, y ser entonces confundido con un mal actor. Eso
pasa, y pasa sobre todo porque los críticos saben nada de la actuación y sus
mecanismos, y entonces sólo juzgan en base a “modelos” absurdos.
Y esto dando por obvio el hecho
de que cualquier boludo piensa que puede escribir una crítica, y lo peor… que
lo hace.
Aclarado este punto vuelvo a
hablar sobre Furriel.
Furriel
En líneas generales (hoy por hoy)
la pifia. Poco tiene de actuación y mucho de intención. Es un actor que no está
activo, que cumple marcaciones. Que repite mecánicamente sin dotar de vida la
mecanicidad. Un bodoque. Interpreta un bichito (yo le llamo así cuando se hace
un personaje medio caricaturesco), pero para hacer un bichito hay que saber
hacerlo (miren a un Carlos Belloso, por ejemplo). Ojo (y por eso tanta
aclaración previa), yo no creo que Furriel no pueda hacer bien este personaje
(de hecho si lo hubiese dirigido yo, la haría maravillosamente), creo que tiene
un potencial. Me dice alguien que, en una función posterior, parece que se
plantó y peló actuación, y que esto fue festejado por el mismo Alcón en escena (nota:
si alguien vio esto, le pido que me lo confirme porque creo que mi informante
estaba borracho), puede ser.
De todas maneras no deja de ser
jodidamente extraña la manera de elegir los actores que tiene el San Martín
(será esto de las macristas coproducciones con empresas privadas).
Y también es
llamativo esto de que Alcón se suela hacer acompañar por galanes jóvenes de la
tele ¿Le recordarán al galán que una vez fue? ¿Será porque aseguran cierto tipo
y cantidad de público? ¿Será que quiere una contrafigura que no lo opaque
actoralmente? (esto último es bastante propio de los actores-divas a la vieja
usanza) ¿Será una negociación con todo eso? No tengo la respuesta. Si pudiese
ver a los protagonistas interactuar quince minutos en la intimidad la tendría,
pero sólo puedo conjeturar y putear porque una institución del Estado, teniendo
los recursos, no elige a los mejores actores posibles para cada papel. Lo de
siempre.
Los otros dos actores (Graciela
Araujo y Roberto Castro) cumplen con la función medio objetual que Beckett les
asigna a sus personajes. Exhiben su vejez estática, y esto, de por sí, es
siempre atractivo escénicamente. Lo sorprendente es como Alfredo Alcón, con sus
ochenta y tres años pueda dar de “hijo” de ellos tan convincentemente. Pero por
algo es Alcón, repito.
En fin, la obra funciona a pesar
de los altibajos y de todo lo que señalaba. Mucho de esto es por Beckett y
mucho también por su actor principal, ese que puede matizar su privilegiada voz
de mil quinientas maneras y lo hace.
¿Podría estar mejor? Sí, podría estar
muchísimo mejor, pero al que le guste Beckett que vaya a verla que no hay
tantas oportunidades; el que no vio actuar a Alcón, vaya aunque después me
putee; el que quiera ver actuar bien a Furriel, no vaya por ahora, y el que
quiera que las políticas culturales de la Cuidad de Buenos Aires sean algo
serio, vote distinto, la puta madre.
1
Todo espectador es un juez.
P.D. Estoy harto de leer gente
que quiere explicar a Beckett o que repita cosas mil veces dichas sobre de que
tratan sus obras ¡Lo importante de Beckett son los procedimientos! El resto es
para verlo en escena.
Me cansan.
Alguien puede decirme si la bata que usa Alcón es la misma del Rey Lear? Saludos
ResponderBorrarNo creo.
BorrarAJjajajaaa, loco me encanta la forma descontracturada de tus criticas, sin tanta gilada y yendo a lo que realmente importa. Me alegro poder leer este tipo de criticas.
ResponderBorrarGracias.
BorrarQue grande, me encantan tus criticas descontracturadas, sin tantas giladas y vueltas. Directo a lo que se necesita saber. Gracias
ResponderBorrarSupongo que debe ser el mismo Fernando, pero gracias igual.
BorrarCriticando al critico Mucho coco: Uno de los principales problemas por el cual tu "Critica valiente" se debilita hasta volverse ingenua, es que sos muy auto referencial. Hablás mucho de vos mismo, de como te indignas, de como te enojás y de que guapo que sos, como si nos tuvieran que importar tus emociones. ¿Porque el lector habría de importarle lo que vos sentís? Para hablar en primera persona al lector te lo tenes que ganar sin subestimarlo, como hacía Groucho Marx, o como hace Alberto Ure. Que me importa a mi que estes cansado d elo que opinan los demas de Beckett! Asumis que ganaste la confianza del lector antes de que el lector confie, entonces tu escritura se vuelve exhibicionista. Me parece que tenés mucho por aprender del ensayo como genero literario. Po rlo demas, felicitaciones por exponerte como te expones, aunque sea desde el anonimato.
ResponderBorrarPrimero: mi crítica no es "valiente", es acertada. Segundo: me importa un carajo lo que a vos te importe como lector. En todo caso no me leas. Tercero: gracias por las felicitaciones, las necesitaba.
Borrar¿Pusiste moderacion de comentarios? ¿Porque? Que raro que siendo tan valientes elijas que comentarios publicar y cuales no.
ResponderBorrarMOdero los comentarios desde que por cierto acto de exhibicionismo de un amigo tuyo, empezaron a llover comentarios en donde lo puteaban, lo acusaban de delitos, o comentaban cosas de su vida privada.
BorrarOjalá algún día, cuando seas mas grande, puedas dudar de tu saber.
ResponderBorrarGracias. Hoy por hoy dudo de mi saber y tengo la certeza de la ignorancia de la mayoría de los que quieren hablar del tema.
BorrarMentí. De mi saber no dudo ni mierda.
BorrarLa obra y los actores, por más monstruo sagrado que sea Alcón y premio Nobel Beckett, me aburrieron. (perdón! soy bruto!)
ResponderBorrarEstás en tu derecho y el aburrimiento siempre tiene razón.
BorrarMuy buena tu crítica. Sin haberla leído yo hice la mía. No soy experto en teatro pero estudio Letras y amo la literatura. Bueno, muy buen tu trabajo. Un abrazo.
ResponderBorrarhttp://surferpunks.blogspot.com.ar/2013/05/final-de-partida-obra-de-teatro-en.html
Gracias. Leeré tu crítica. Abrazo
BorrarJa ja, muy divertida tu crónica. En mi opinión sos injusto con el pobre Beckett que no tiene la culpa de que lo vendan como a la coca cola, el tipo no hacia teatro para todos (y en ese sentido al que no le guste tiene razón en su disgusto), pero si lo pensás desde dos o tres lineamientos que te podría tirar quizás cambies de opinión. No quita esto que tengas razón en cuanto a que la tilinguería cultural le gustan las cosas que le tienen que gustar de puro pajeros lameculos de la institución que son.
BorrarMuchas gracias por publicarme. Te doy la razón. Un abrazo.
BorrarAbrazo
Borrar¡me encantó leer este post! husmearé que más tienes.
ResponderBorrarGracias por la atención. Un saludo
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