miércoles, 13 de marzo de 2013

Los pequeños poemas de Orsini, sobre “Marionetas Orsini en el CCC”


Los titiriteros tienen un problema; enseguida se les nota lo hippie. Hay que aprender a filtrarles cosas, porque a veces tienen  otras para decir que son interesantes; entonces hay que correrles las capas de hippie, y las vemos.
En este caso intenciones poéticas. Una serie de números, cada uno con un muñeco (o dos) diferente y variando también las técnicas de manipulación (que no todo son marionetas). Alguno más logrado que otro, alguno que se queda en intento, varios que dejan la impresión de estar para más y alguno que nos deja con la boca abierta o sonriendo como un boludo. Y es que el títere pelea principalmente contra el cinismo, y cuando le gana, es porque está bien. De esto tampoco los críticos entienden una mierda, así que tengo que hacer escuela.
En este caso, donde pierde se le puede echar la culpa a lo hippie (porque sabemos que el hippie es ingenuo), por ejemplo el uso de la música tiene varias patinadas; como esa pista de What a Wonderful World en la que para repetir el mismo movimiento musical una y otra vez, se oye un sonido de emparche horrible y dan ganas de tirarle una granada al operador. 
La música tiene una clarísima función, amelosar  la escena para que nos conmovamos con las mudas desgracias de los muñequitos. Así que en ese sentido, la elección de temas cantados (que podrían oírse en cualquier radio melosa) molesta a quien no haya salido mentalmente de la adolescencia.
Argumentalmente los bichos sufren, Orsini se compadece de ellos, los franelea, a todos los franelea (lo que me hizo pensar que en realidad era una exposición de diversidad sexual), pero no los ayuda, le deja esa tarea a Dios (que tampoco). De esto podríamos hacer una lectura política con su correspondiente crítica, pero eso se lo dejo al de la Decadente, que le gusta. Acá analizaremos teatro, y le diremos, por ejemplo, a Orsini, que si va a hacer una parte importante con un objeto pequeño, no la haga en el proscenio  (al menos en este tipo de sala pequeña y con platea escalonada) porque sólo lo verán los de primera fila.
A nivel realización algunos de los objetos  son muy bellos; la muñeca orquesta es la que más (además de ser de los mejores cuadros de la obra), a otros se les agradece la sencillez y no falta alguno que aconsejaría hacer de nuevo (que los detalles a veces insultan al conjunto... culpa de lo hippie).
En definitiva, cuando se hace poesía se acierta y se pifia, pero se agradece el intento porque el intento es valiente. Acá se intenta (filtremos lo hippie), y lo digo porque en alguna se logra: ese monito marioneta del comienzo lo logra. Con esa rutina (tan de Chasman y Chirolita) del muñeco que no quiere que lo guarden, en donde por la habilidad en el manejo y la sensibilidad de las elecciones actorales, vence al cinismo, gana, conmueve. Y no necesita texto, no necesita a Shakespeare y veinte mil actores para decirnos clara y amargamente, que la vida es una sombra que pasa.
Post Data: Qué feo es el CCC, pero las chicas de la puerta no.

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